Abril 16

Tomado de: eltiempo.com

 

Exadictos opinan que tratar adicción al bazuco con marihuana no sirve

 

 

 

En conversación con EL TIEMPO, dos exconsumidores desestimaron la propuesta de Gustavo Petro.

Muchos han sido los expertos que en diferentes escenarios y en distinto tono se han referido a la propuesta del alcalde Gustavo Petro de estudiar la posibilidad de que los adictos al bazuco puedan ser tratados a partir de dosis de marihuana para combatir, entre otras, la abstinencia. Sin embargo,los únicos a los que no se les había preguntado qué piensan de tal iniciativa son aquellos que por distintas circunstancias ya pasaron por ese infierno.

Dos exadictos al bazuco hablaron con EL TIEMPO y aseguraron que lamarihuana como paliativo o tratamiento solo servirá para mantener la adicción a drogas duras. 

En esto coincide el director de Nuevos Rumbos, Augusto Pérez, quien dijo que los estudios de consumo de drogas en el país han evidenciado que la marihuana es la puerta de entrada al uso de otras sustancias ilegales.

De hecho, el 'II Estudio Epidemiológico Andino sobre Consumo de Drogas en población universitaria 2012' concluyó que la edad promedio de inicio del uso de la marihuana es a los 18 años y que 1 de cada 3 estudiantes la usa. Luego sigue el consumo del bazuco, a los 19 años en promedio. 

En Bogotá, los estudios de la Secretaría de Salud indican que hay alrededor de 7.000 consumidores de bazuco, especialmente en estratos 1 al 3.

'El bazuco me consumió 32 años'

"Por el bazuco duré consumida y destruida durante 32 años. No vi crecer a mis hijas. Fui una desechable. Hoy, cuando tengo 51 años, doy gracias a Dios porque ya no soy una NN hundida en el vicio. Soy alguien. Soy Betty Rojas.

Cuento mi historia para que los jóvenes y los adultos -que también caen- no se arriesguen con el uso de sustancias ilegales como el bazuco. También, porque lo que intenta la Alcaldía de Bogotá, de tratar con marihuana a los bazuqueros, no sirve. 

Nací en Barranquilla, pero me crié en Bogotá. Mi mamá era empleada de Coldeportes y mi papá trabajaba como mesero en el Hotel Tequendama, de donde lo despidieron por alcohólico. Desde que tengo uso de razón, mi padre me abusó sexualmente. Lo mismo hizo con mis tres hermanas. Mi mamá sabía lo que mi papá hacía, pero nunca le puso freno. 

A los 13 años fui violada por otro señor, en la casa de una vecina que me vendió a él, supe años después. 

Esa violación fue vil. Solo me atreví a contarla a dos amigas en el barrio Marantá, que me dieron un cigarrillo de marihuana para que me tranquilizara. Desde ahí comencé a fumarla todos los días.

Con el tiempo aprendí belleza y me fui a trabajar a una peluquería de la calle 85 con carrera 18. En ese sector tuve mi primer contacto con el bazuco. Me lo vendieron en un tubo de anestesia.

Quedé enganchada a esa sustancia. Comencé a endeudarme y a mentir hábilmente. 

Al no alcanzarme el dinero para comprar una 'bicha' (papeleta), empecé a robar en la peluquería a las clientas que eran de 'caché'.

Me denunciaron. Duré tres meses presa en el Buen Pastor. Pensé que con esa experiencia iba dejar la droga. No fue así.

El bazuco me cogió ventaja. Me separé de mi esposo y abandoné a mis dos hijas. Como era bonita empecé a salir con hombres para conseguir el dinero para la droga. Por ese consumo llegué al Cartucho. Duré dos meses. En un intento por dejar el vicio, me fui a Villavicencio. Fue peor. Allá conocí a un señor que quiso regenerarme. No pudo. En un viaje con él a Medellín, mientras se bañaba, le quité la plata. Eran como unos tres millones de pesos de hoy, que me los 'soplé' (fumar) en una olla de Medellín. Ahí me quedé un tiempo. De esos días recuerdo que una vez llegó un político en tremendo carrazo. Se quedó dos meses 'soplando' bazuco, hasta que se quedó sin auto ni nada. No sé como ese señor no se murió.

Mi hermana me rescató de Medellín. Regresé a Bogotá y recaí. Pasé por varias 'ollas': Las Brisas, Las Cruces, Venecia, Restrepo, el Bronx y el Cartucho, donde me perdí más de 6 años. Por una papeleta hacía lo que fuera. 

'Bataniaba' (robar joyas), me defendía con una 'patecabra' que encaletaba en la ingle. También 'jibariaba' (vendía droga), en la calle 8a. con 15. Entre mis clientes estuvieron 'Kid' Pambelé, María Eugenia Dávila y otros actores. 

Por el bazuco me convertí en una desechable. Sacaba la comida de la basura. Tuve 'carangas', que es un animal que aparece en la ropa sucia, cuando se llevan varios días sin bañarse ni cambiarse. Ese 'bicho' se pega y va comiéndose la piel. 

Del Cartucho salí porque me llevaron presa por un cruce (entrega) que iba a hacer de marihuana. Me condenaron a 8 años en el Buen Pastor y pagué solo 5, por trabajos y buen comportamiento. Las sicólogas de la prisión y la iglesia cristiana me ayudaron a crear conciencia de la adicción y busqué dejar las drogas. 

El síndrome de abstinencia fue terrible. Cuando me daba la ansiedad, estrellaba la cabeza contra las rejas. Gritaba. Me escalabraba y me rasguñaba la cara. 

Pude salir del vicio por voluntad, tratamiento psicológico y medicamentos. Hablan del plan de dar marihuana para bajar el síndrome del bazuco. Es un gran error: es dejar la puerta abierta al consumo. Por la marihuana comienza todo. Eso no quita el síndrome de abstinencia. Lo digo yo, que lo sufrí.

'Cansado del abuso me boté a un carro'

"Me llamo John. Crecí prácticamente con mi perro (Joe) y una empleada. A mi mamá, una administradora financiera, poco le preocupaba. Mi papá, que es dueño de una fábrica de maquinaria de construcción, vivía borracho. Los primeros años de estudio los hice en un colegio en el norte de Bogotá. Académicamente era muy bueno, pero muy indisciplinado. Me expulsaron. 

Empecé a consumir marihuana a los 17 años, en Pontevedra. Esta sustancia fue un desencadenante para que continuara con la cocaína. Chalequeaba a mi papá. Le sacaba el dinero que guardaba en una caja menor. 

Mis padres se separaron y a los 18 años -hablo del año 2000- me fui a vivir con mi papá a la Alhambra. Allá no solo encontré más consumidores de marihuana y cocaína sino también de otras drogas más duras y costosas. En ese sector conseguía éxtasis, LSD, Popper, porque las rumbas son pesadas y la gente puede adquirir esas sustancias por su alto poder adquisitivo. Por lo menos me gastaba hasta 500.000 pesos en un día. 

Las drogas se las compraba a un 'dealer'. Las sustancias las pedía telefónicamente con clave. Para la marihuana solicitaba 'camisetas verdes'; para el LSD, 'papeles' y para el Popper, 'tarros'.

Como la marihuana a domicilio salía costosa y ya no existía el Cartucho, me aconsejaron ir a la 'L' (el Bronx) donde era más barata. Con algunos compañeros del instituto donde estudiaba salíamos de clase a las 2 de la tarde y nos íbamos al Bronx y nos quedábamos, hasta las 7 u 8 de la noche, fumando marihuana y metiendo pepas siquiátricas, que vendían ahí. 

En esa 'olla' conocí el bazuco. Quedé enganchado a esa droga.
Mi papá vino a darse cuenta del uso de las drogas un día que llegó más temprano y encontró marihuana en mi habitación. Entonces, le pedí que me internara en alguna institución. Se negó. "Usted no necesita ningún internado, puede solo", me contestó. 

Seguí solitario. Validé el bachillerato. Inicié dos carreras en las universidades y no las terminé por la adicción. 

Comencé a robarme las cosas de la casa. Mi papá me echó y me fui a vivir al Bronx. 

Eso ocurrió en el 2003. Mi familia se enteró dónde andaba. Empezó mi desfile por fundaciones. Estuve en 17. Algunas son instituciones de garaje, donde solo le dan tabla a uno. Cada vez que salía de ellas, el consumo de bazuco era peor, por lo que siguió mi vida rotada entre dos ollas: la de Chapinero y la del Bronx.

Vivía para consumir y consumía para vivir. Andaba andrajoso. El dinero para la droga lo conseguía atracando. Solo asustaba con una navaja. Jamás herí a nadie, quizás por mi cultura. Llegó un momento que de tanto caminar, despojado de los zapatos y con los pies ampollados, no pude atracar más y me puse a robar cable de cobre y a reciclar. 

Pensaba en mi familia y en mi estado, pero caía en la fase culpa-consumo. Pensaba en fumar para no pensar. Esa culpa no deja parar. 

Al cumplir 30 años, quise cambiar, cansado de mi deterioro. Por eso un día, aburrido del bazuco, me le boté a un carro. Eso ocurrió hace ocho meses. Desperté amarrado en una clínica siquiátrica, con una cadera fracturada. Fue cuando pensé: Dios no quiere que me muera, tiene un gran propósito para mí. Pedí que me llevaran al Centro de Atención de Drogas (CAD) San Rafael en Chía, donde hay un proceso de tratamiento científico. Por ellos soy un hombre nuevo; hicieron que mi vida tuviera sentido. 

No es fácil salir de la adicción al bazuco. Por eso, proponer que se fume marihuana para atenuar el síndrome de abstinencia es un absurdo. Lo que van a conseguir es que siga la adicción al bazuco, porque para dejarlo se requiere el deseo, tratamiento integral individual y medicinas. De lo contrario, no hay rehabilitación.

LUCEVÍN GÓMEZ E.
lucgom@eltiempo.com
REDACCIÓN BOGOTÁ